El inocente
Esta es la historia de como me volví
un inocente, un crédulo si lo desean.
Todo empezó hace tantos años que ya
es ridículo contarlos. Había una mujer, como en casi todas las
historias, y para mi era perfecta. Su sonrisa, su aroma a jazmín, el
sonido de su risa, la curvatura de sus labios, la redondez de sus
senos, su serenidad, su cariño y su temperamento, todo era perfecto,
casi como si hubiese sido forjada en el mismísimo cielo para que yo
admirara su belleza.
Con una mirada me enamoró, créeme, no
necesitaba mas. Intenté por todos los recursos posibles averiguar su
nombre, al final no fue mas difícil que darle unas pesetas a un
pordiosero, su nombre era Isabel y era la hija de un mercader.
Un día tras verla pasar por la fuente,
la seguí hasta su casa. Habrán sido unos veinte minutos de camino,
ya el sol brillaba en un crepúsculo anaranjado cuando ella se acercó
a su pórtico. Era una casa que resaltaba por no ser ni muy pequeña
ni muy grande, como si quien la construyó hubiese querido decir que
se podía ser elegante y modesto a la vez. Tras preguntar con unos
vecinos, supe que la casa pertenecía a Julio Altamirano el mercader
de pescado mas popular del puerto. Isabel Altamirano, hasta su nombre
me parecía perfecto.
Podrá sonar perverso pero por un par
de días solo me dediqué a observarla. Su caminar alegre, el vaivén
de sus cabellos castaños, la manera en que cargaba su canasto
siempre lleno de lirios blancos y como se quitaba las migas de pan
de la comisura de los labios con un pequeño pañuelo blanco. Solo no
tenia el coraje de acercarme. Es difícil de explicar, siempre supuse
que su belleza me resultaba abrumadora.
En fin, después de un par de semanas
de observación decidí que ya era suficiente, que nunca sabría que
iba a pasar a menos que diera el paso. Así que un día simplemente
me puse lo mas decente que tenia, claro sin exagerar, solo una camisa
verde, pantalones color café, tirantes y zapatos del mismo color.
Salí a la calles con aire confiado y la busque por ahí, la encontré
sentada en los muelles, vestía un vestido color esmeralda y tenia
los pies sumergidos en el agua.
-Hola...- Sofisticado.
-Hola ¿Te estoy estorbando? Disculpa.-
-No... No es eso... Soy Emiliano,
pasaba por ahí y te vi... ¿Está todo bien?-
-Así que eres Emiliano, me preguntaba
como te llamabas, me di cuenta que me seguías hace un par de días.
Empezaba a dudar si me hablarías o algo.- Sentí que el mundo se me
venia encima.
-¿En serio? Estoy tan apenado lo
siento.-
-Debo decir que al principio me asusté,
pero después alguien me dijo que no tenias mala intención.-
-¿Puedo saber quien?-
-Bueno, no eres el único que habla con
pordioseros ¿Lo sabias?-
De manera inesperada la platica fluyó
de manera natural, tan natural que no lo parecía. Yo me hundía en
cada palabra y Ella parecía realmente interesarse en lo que yo tenia
que decir. Hablamos de mil cosas: Los negocios de su padre, los
tejidos de su madre, las hermanas que estudiaban en Bruselas, mi
empleo en la herrería con mi padre, mi hermano y su afán por tirar
botellas con mensajes al mar... Tanto que me resulta difícil
recordar.
La noche cayó, caminamos un poco, las
lamparas en las calles ya iluminaban un poco gracias a las velas de
parafina y los ojos de Isabel me contaban historias de amor y de
sosiego. Y eso era mas de lo que podía pedir. La acompañe hasta su
casa, el único sonido en el aire era el de su madre cantando una
canción sobre aves que se van y no vuelven, me puse frente de ella y
dije:
-Ha sido una tarde esplendida.-
-Si, a mi también me lo pareció.-
-¿Puedo verte mañana?-
-No lo se, normalmente me negaría,
pero hay algo en ti que me hace decir que si.-
-Entiendo, entonces te buscaré mañana
al atardecer.-
Y así lo hice. Todos los días durante
un mes justo al atardecer me paraba bajo sus ventanas con un ramo de
lirios blancos a esperar que ella se asomara, y cuando por fin lo
hacia solo nos veíamos a los ojos, solo nos veíamos, sentíamos el
placer de cada palpitar, de cada segundo, y eso era amor. Caminábamos
bajo la luz de los candelabros, bebíamos vino y mirábamos las
estrellas. Amaba a Isabel, amaba como me hacia sentir, amaba lo que
era, pero sobre todo amaba lo que eramos.
De pronto un día caminando por la
costa, ella me soltó la mano, antes de poder decir algo me di cuenta
de que Isabel estaba llorando, el sol en el horizonte agrandaba sus
lagrimas, era casi como si pudiera ahogarme en ellas y dejar que me
consumieran fundiendo sus minerales con los míos.
-¿Que pasa?-
-Emiliano, hay algo que no te he
dicho.-
-¿Algo como que? Me preocupas.-
-Mi padre insiste en que me vaya al
colegio para señoritas con mis hermanas en Bruselas. Me embarco
mañana.-
-¿Hace cuanto que lo sabes? ¿Porque
no habías dicho nada?.-
-Lo se hace una semana, solo no sabia
como decirlo.-
-¿Volverás?-
-No.-
-Pero no puedes estar en el colegio
toda la vida.-
-Mi padre me ha arreglado con el hijo
mayor de su mayor cliente.-
-¿Te volveré a ver?- Pregunté ya con
lagrimas en los ojos
-No lo sé.-
-¿Escribirás?-
-No, Emiliano, no te atores conmigo,
debes seguir adelante. Por ahí esta la mujer indicada para ti, y esa
no soy yo, solo abre bien los ojos y la encontraras, te lo prometo.-
-Pero no quiero a nadie mas, te quiero
a ti Isabel.-
-Ya hablé, solo abre bien los ojos.-
Regresamos a su casa en silencio, al
llegar noté que todo estaba a oscuras. Ella me dijo que sus padres
estaban en un baile por el aniversario de bodas del alcalde, me
invitó a entrar y tan pronto como cerramos la puerta nos tomamos a
besos y avanzamos hasta la habitación principal. Hicimos el amor de
una manera celestial, caso animal: las caricias, los besos, los
rasguños, los susurros en la oscuridad, mis manos recorriendo cada
centímetro de su cuerpo como si no hubiese un mañana, como ella
arrojaba su sexo como el mar avienta una ola. Creo que nunca lo podré
olvidar.
Después de nuestro encuentro ella dijo
que sus padres volverían pronto y que debía marcharme. Caminé solo
a casa, tuve que escabullirme ya que mis padres nunca supieron que me
fui en primer lugar, no es que fueran malos padres, solo eran algo
distraídos. Me senté en mi cama y no pude evitar llorar
desconsolado, me sorprendió no despertar a nadie, quizá creyeron
que era un par de gatos en pleno rito de apareamiento, yo que se.
La noche corrió y la mañana
resplandecía en el horizonte, cuando la luz golpeó mis ojos
debieron haber sido las diez de la mañana y yo no sabia en que
momento me había quedado dormido, solo recordé que Isabel dijo que
zarparía temprano en la mañana. Cogí mi camisa por apenas un poco,
salí de mi casa y corrí como loco hasta los muelles.
Por las calles todos me veían como si
estuviese loco o algo así, casi atropello a un par de ancianas, a un
marinero y a unos tres perros pero llegué por poco, Isabel ya estaba
zarpando, corrió hasta la popa del barco y grito algo, pero no pude
escuchar mas que “¡Mi promesa!” y recordé lo que había dicho
la noche anterior “Por ahí esta la mujer indicada para ti, y esa
no soy yo, solo abre bien los ojos y la encontraras, te lo prometo.”.
Regresé a la fuente y me senté a pensar en todo.
Algunas personas me llaman crédulo,
por creer en la promesa de Isabel. Pero son personas que han perdido
la fe, la fe en algo en lo que yo creo fervientemente. Le llaman
casualidad, afinidad, engaño o compensación. Yo solo le llamo amor.
Y desde ese día me siento en esa precisa fuente para buscarlo.Si eso me convierte en un inocente, un credulo o un idiota ya no me importa mas.
Abraham Paz
Yo, solo puedo decir gracias, Abraham.
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